viernes, 26 de noviembre de 2010

Liberto en Roma- Pensamientos de un liberto feliz

Hoy ya tengo mi familia. Una mujer preciosa y dos hijos fuertes y sanos. Vivimos en una pequeña casa de Roma, nada del otro mundo: una pequeña cocina con una mesa y cuatro sillas, y dos habitaciones. No hay puertas. Pero a pesar de todo vivimos bien. Tengo una pequeña tierra en las afueras de la ciudad donde cultivo algunas hortalizas que comemos o vendemos a bajo precio a los vecinos. Con el dinero que consigo compramos lo necesario. Hoy vamos a visitar a mi señor... perdón, pero no me acostumbro. Hoy vamos a visitar a mi amigo Julio, mi antiguo señor. Hace tiempo que nos invitó a comer a su villa a unos kilómetros de la ciudad. Es un tipo importante de la ciudad. Hace campaña para ser elegido cónsul y no le va nada mal. Sabe hablar bien y convence a la gente (maravillas de la oratoria). Él tiene una familia grande. Su mujer es la más envidiada por todas... y todos (se dice que son muchos sus "amigos"). Tiene cinco hijos. El mayor es una buen pretor, recto y educado. El que le sigue está estudiando duro, le encantan las comeduras de cabeza (quiere ser filósofo). Las que restan son tres preciosas hijas que tienen tantas o más amistades que su propia madre. Pero volvamos a mi vida. Servía a la familia de Julio desde que tenía cinco años. Soy de origen griego y mis padres murieron a manos de los romanos. Pero no tengo ningún rencor. Mi amo sí me trató bien. Tuve que acompañarlo varias veces a Hispania, ¡qué bello lugar! (mi sueño es llegar a vivir allí alguna vez). Yo acompañaba siempre a Julio y aprendí mucho de él. Hace más de tres años que no lo veo porque ha estado en Cartago, donde su hermano, después de una grave enfermedad, murió.
Mi familia y yo vamos por la calzada que lleva a su villa. El carro está hecho polvo y lo tira un asno viejo. Pero soy feliz. Mi ciudadanía, que conseguí con mi buen servicio, es un regalo enorme que le debo a Julio. Además le debo la vida. Es cierto que algunos “romanuchi” petulantes me miran mal sabiendo mi pasado; les fastidia que yo ahora sea romano. ¡Me da igual! Bueno, ya estamos en casa de Julio.
- Venga, bajad que llegamos tarde.
Julio sigue con ese aspecto de solemnidad perpetua. Toda la familia salió a recibirnos y también los siervos. Nos saludamos con gran alegría y les presenté mi familia. Pronto mis hijos fueron con los de Julio, a los que admiraban. Nosotros pasamos a un jardín gracioso que había dentro, donde estuvimos hablando durante horas de nuestras vidas. La mujer de Julio no era muy amable, se creía superior y pronto alegó que le dolía la cabeza y se retiró. Nos anunciaron que ya estaba la cena y Julio y yo entramos a comer. Sólo al ver la mesa repleta de todo lo imaginable... no quería pensar lo que me esperaba al comer todo aquello. Comí como los reyes. La tarde fue preciosa y alegre. Pronto emprendimos la vuelta a casa y no pude evitar añorar aquella villa enorme. Envidiaba la vida de Julio… pero, ¿qué digo? ¡Nada de eso! Soy romano. Soy un auténtico romano. Y todo se lo debo a Julio. Ahora soy feliz y Roma es mi patria. Roma es mi madre y daré la vida por ella. Aquí la felicidad es posible, aún siendo un antiguo esclavo. Mi esfuerzo y buen servicio, me liberaron y ahora Roma es mi casa.

Fin

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